martes, 10 de abril de 2012

Responsabilidad

...
Sin inmutarse, el coronel Aureliano Buendía firmó la primera copia. 
No había acabado de firmar la última cuando apareció en la puerta de la carpa un coronel rebelde llevando del cabestro una mula cargada con dos baúles. 

A pesar de su extremada juventud, tenía un aspecto árido y una expresión paciente. Era el tesorero de la revolución en la circunscripción de Macondo. Había
hecho un penoso viaje de seis días, arrastrando la mula muerta de hambre, para llegar a tiempo al armisticio. 

Con una parsimonia exasperante descargó los baúles, los abrió, y fue poniendo en la mesa, uno por uno, setenta y dos ladrillos de oro. Nadie recordaba la existencia de aquella fortuna. En el desorden del último año, cuando el mando central saltó en pedazos y la revolución degeneró en una sangrienta rivalidad de caudillos, era imposible determinar ninguna responsabilidad.

El oro de la rebelión, fundido en bloques que luego fueron recubiertos de barro
cocido, quedó fuera de todo control. 

El coronel Aureliano Buendía hizo incluir los setenta y dos ladrillos de oro en el inventario de la rendición, y clausuró el acto sin permitir discursos. El escuálido adolescente permaneció frente a él, mirándolo a los ojos con sus serenos ojos color de almíbar.

-¿Algo más? -le preguntó el coronel Aureliano Buendía.
El joven coronel apretó los dientes.

-El recibo -dijo.

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GGM - Cien años de soledad

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