Lo que sigue está tomado de "Un sombrero lleno de cerezas", de Oriana Fallaci. Una buena mezcla de ideas y empuje desde arriba que comenzó hace 500 años en Livorno...
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“Para
dotarla de una población estable y desarrollar su puerto, destinado a sustituir
el de Pisa, devorado por el mar, Fernando de Médicis había dictado una ley, en
1590, que garantizaba a sus residentes algunos privilegios inusuales: exención
de pagar impuestos, vivienda gratuita y acompañada de un almacén o una tienda
para los pescadores o los marineros que tuvieran familia, cancelación de las
deudas inferiores a quinientos escudos, condonación de las penas impuestas en
la patria salvo que estas estuvieran motivadas por herejía, por lesa majestad o
por acuñar moneda falsa. Y en 1593, una segunda ley que, ampliando el beneficio
a cualquier forastero dispuesto a convertirse en residente, añadía las
siguientes concesiones: derecho de asilo, libertad de oficio y de culto, régimen
judiciario conforme a las costumbres y leyes del país de origen, franquicia de
todas sus mercancías depositadas en la aduana, permiso para exportar sin
impuestos ni tributos los productos importados con una anterioridad inferior a
doce meses, además de protección frente a los piratas para los que viajaban por
las rutas de los Caballeros de San Esteban, es decir, por las rutas del
Mediterráneo. Resultado: en unos pocos años, Livorno se llenó de luqueses,
florentinos, genoveses, napolitanos, pisanos, venecianos, sicilianos, judíos
huidos o expulsados de España y Portugal.
En
unas pocas décadas, se llenó también de ingleses, franceses, alemanes, suizos,
holandeses, escandinavos, rusos, persas, griegos, armenios; el puerto se
desarrolló mucho más de lo que Fernando I hubiera osado esperar, y desde hacía
casi dos siglos ofrecía un espectáculo único en el mundo.
Podían
verse amarrados bergantines, fragatas, polacras, tartanas, chalupas, pincos,
veleros de todo tipo. Tan numerosos, tan apretados unos contra otros que,
cuando plegaban las velas, sus mástiles parecían los troncos de un bosque sin
hojas. Navíos que entraban o salían de la rada a velas desplegadas, cargados de
toneladas y toneladas de riqueza: vino y aceite de Chianti, bacalao y arenques
de Terranova, pescado curado de Noruega, caviar de Rusia, azúcar de Cuba, trigo
de Ucrania y de Virginia, marfil de África, alfombras de Persia, opio y drogas
de Constantinopla, incienso y especias de las Indias Orientales. Y en el
puerto, a lo largo de los muelles, un hormigueo de descargadores, marineros,
mercaderes, intermediarios, pasajeros con tricornio, con turbante, con peluca,
con chilaba, con astracanes.
Una
algazara de sonidos, ruidos, peleas, carcajadas, insultos proferidos en todos
los idiomas. Una mezcla de olores agradables y asfixiantes, de hedor a pescado
y a fango junto a aromas de frutas y flores. Una bacanal de Vida.”
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