lunes, 11 de mayo de 2015

Las transformaciones de la lana durante nuestra infancia


Cuando éramos chicos había muchas actividades en casa que se repetían a lo largo de los años. La necesidad -como casi siempre- era el motor de varias de ellas, por ejemplo del tránsito de la lana. La reencarnación en diversas modalidades hasta llegar al deshilachado final o a la digestión de las polillas.

El proceso comenzaba naturalmente con la lana nueva, recién comprada. Cinco o seis ovillos, a veces de varios colores. Mamá cazaba las agujas y se ponía a tejer, seguramente un buzo o un saco con botones. A los pocos días alguien se lo ponía y comenzaba la vida de la lana. Años después, quizás con más de un dueño encima se terminaba esa etapa de su vida y se deshacía el tejido para permitirle asumir otra.

Allí interveníamos nosotros en un proceso que odiábamos por lo aburrido, ponernos frente a mamá, con los brazos estirados hacia adelante. Se trataba de deshacer el tejido anterior para aprovechar la lana en otra prenda. Había que cortar el tejido en algún punto para abrirlo, tirar de una de las puntas de la lana destejiendo y con un movimiento de la cintura facilitar que la lana fuera formando una madeja en torno a los brazos. Tenía algo de hipnotizante el movimiento de la lana de un extremo del tejido al otro mientras iba desprendiéndose de los puntos.


Cuando el tejido ya era historia y teníamos las madejas pasábamos a enrollar el hilo de lana en torno a un pedazo de cartulina, y comenzábamos a darle vueltas en torno para formar un ovillo esférico. Así hasta que llegara a dimensiones manejables.

¡Cuántas veces se nos escapaba de las manos el maldito e invariablemente se iba rebotando por el piso mientras rápidamente perdía obesidad!
 

Cuando el buzo o el saco ya se habían transmutado por completo en varias esferas peludas pasábamos a la segunda etapa del tránsito de la lana para reencarnar la materia prima en una nueva modalidad o la misma, mezclada con otros colores, de similares orígenes. Así podía surgir una bufanda u otro buzo.

En algún momento, dependiendo del estado de la materia prima llegábamos a la última y definitiva transmutación: la manta formada por multitud de rectángulos de colores variados unidos, que en su multiplicidad mostraban las vidas vividas por la lana entre nosotros a lo largo de los años.




1 comentario:

Lucia dijo...

Muy bonito. Otra de las tantas costumbres que se van perdiendo.