martes, 11 de diciembre de 2012

Decisiones así se necesitan!


Lo que sigue está tomado de "Un sombrero lleno de cerezas", de Oriana Fallaci. Una buena mezcla de ideas y empuje desde arriba que comenzó hace 500 años en Livorno...

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“Para dotarla de una población estable y desarrollar su puerto, destinado a sustituir el de Pisa, devorado por el mar, Fernando de Médicis había dictado una ley, en 1590, que garantizaba a sus residentes algunos privilegios inusuales: exención de pagar impuestos, vivienda gratuita y acompañada de un almacén o una tienda para los pescadores o los marineros que tuvieran familia, cancelación de las deudas inferiores a quinientos escudos, condonación de las penas impuestas en la patria salvo que estas estuvieran motivadas por herejía, por lesa majestad o por acuñar moneda falsa. Y en 1593, una segunda ley que, ampliando el beneficio a cualquier forastero dispuesto a convertirse en residente, añadía las siguientes concesiones: derecho de asilo, libertad de oficio y de culto, régimen judiciario conforme a las costumbres y leyes del país de origen, franquicia de todas sus mercancías depositadas en la aduana, permiso para exportar sin impuestos ni tributos los productos importados con una anterioridad inferior a doce meses, además de protección frente a los piratas para los que viajaban por las rutas de los Caballeros de San Esteban, es decir, por las rutas del Mediterráneo. Resultado: en unos pocos años, Livorno se llenó de luqueses, florentinos, genoveses, napolitanos, pisanos, venecianos, sicilianos, judíos huidos o expulsados de España y Portugal.



En unas pocas décadas, se llenó también de ingleses, franceses, alemanes, suizos, holandeses, escandinavos, rusos, persas, griegos, armenios; el puerto se desarrolló mucho más de lo que Fernando I hubiera osado esperar, y desde hacía casi dos siglos ofrecía un espectáculo único en el mundo.



Podían verse amarrados bergantines, fragatas, polacras, tartanas, chalupas, pincos, veleros de todo tipo. Tan numerosos, tan apretados unos contra otros que, cuando plegaban las velas, sus mástiles parecían los troncos de un bosque sin hojas. Navíos que entraban o salían de la rada a velas desplegadas, cargados de toneladas y toneladas de riqueza: vino y aceite de Chianti, bacalao y arenques de Terranova, pescado curado de Noruega, caviar de Rusia, azúcar de Cuba, trigo de Ucrania y de Virginia, marfil de África, alfombras de Persia, opio y drogas de Constantinopla, incienso y especias de las Indias Orientales. Y en el puerto, a lo largo de los muelles, un hormigueo de descargadores, marineros, mercaderes, intermediarios, pasajeros con tricornio, con turbante, con peluca, con chilaba, con astracanes.



Una algazara de sonidos, ruidos, peleas, carcajadas, insultos proferidos en todos los idiomas. Una mezcla de olores agradables y asfixiantes, de hedor a pescado y a fango junto a aromas de frutas y flores. Una bacanal de Vida.”



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