lunes, 26 de mayo de 2014

Una historia de hombres decentes



Estaba el otro día oyendo la radio mientras me recortaba la barba; y en ésas salieron unos políticos de ambos sexos criticándose unos a otros con el automático puesto; con esa vileza extrema y suicida que en este país miserable es marca de la casa, despreciando cuanto los otros hacen o dicen, negándoles cualquier logro, cualquier buena voluntad, cualquier acierto en sus gestiones pasadas, presentes o futuras. Algo bueno habrán hecho unos u otros, me dije, pese a todo lo evidente y malo, que a estas alturas del desparrame general nadie discute. Algún rinconcito luminoso habrá en la gestión del adversario, supongo. Algo que salvar, que alabar. Algo bueno que reconocer. Pero no. Ambos discursos eran idénticos: una sucesión de lo mismo, hasta el punto de que cualquier oyente ingenuo, desinformado sobre la calaña de unos y otros, creería al escuchar a éste o a aquél, según a quién, que el del otro bando encarnaba la maldad pura y simple. Que su actividad política estaba encaminada, exclusivamente, a hundir a España y dar por saco al personal. Así, sin más. Por simple gusto. Por la cara.

Me acordé entonces del Incidente Charlie Brown. Y de lo saludable que sería leer Historia, o simplemente leer, para la infame, navajera, burda y poco ilustrada clase política española. La de referencias útiles que podrían obtener. Incluso éticas, si se pusieran a ello. Modelos morales de comportamiento público -porque luego, en privado, compartiendo negocio, los veo besarse en la boca hasta con lengua- que nos irían muy bien a todos. 


Y el conocido por Incidente Charlie Brown, como digo, es uno de esos modelos. 

Ocurrió en una guerra mundial, la segunda, que fue una de las más atroces vividas por la Humanidad. Y sin embargo, ahí está. Para quien quiera sacar conclusiones útiles. Para quien crea que el ser humano puede ser honorable incluso desde bandos opuestos, en un mundo atroz y ensangrentado.

El 20 de diciembre de 1943, el B-17 norteamericano Ye Olde Pub, pilotado por el segundo teniente Charlie L. Brown, muy averiado tras una misión de bombardeo sobre Bremen, intentaba en solitario regresar a su base en Inglaterra, con el artillero de cola muerto y seis tripulantes heridos, incluido el piloto. Sólo tres hombres a bordo quedaban sanos. El avión volaba a duras penas dejando una estela de humo, con un motor parado y otro dañado, el plexiglás de la cabina roto, el timón de dirección partido y los sistemas hidráulicos y eléctricos fuera de servicio. Sus tripulantes estaban seguros de que nunca llegarían a Inglaterra.
Todavía sobre territorio alemán, el bombardero fue detectado por el piloto de la Luftwaffe Franz Stigler, de 26 años de edad, que en ese momento tenía 22 derribos en su haber, y sólo necesitaba uno más para ganar la Cruz de Caballero. A los mandos de su Messerschmitt Bf-109, Stigler se acercó al avión enemigo, dispuesto a derribarlo, pero comprobó con sorpresa que desde él nadie le disparaba. Que el B-17, acribillado de metralla antiaérea, seguía su renqueante vuelo hacia la costa, que en la destrozada torreta de cola el artillero estaba muerto, y que a través del plexiglás roto se veía a los tripulantes heridos, ateridos de frío, intentando socorrerse unos a otros. Entonces, situándose junto a la cabina destrozada del aparato enemigo, Ziegler se encontró con el rostro del piloto americano herido que lo miraba. «Para mí, dispararles en ese momento -confesaría 40 años más tarde- habría sido como hacerlo mientras saltaban en paracaídas». Así que tomó una decisión: situándose a su lado, muy cerca de él para que las baterías antiaéreas alemanas no lo atacaran, Ziegler acompañó al enemigo vencido, escoltándolo hasta la costa, y allí alzó la mano en un saludo, dio media vuelta y regresó a su base. Nunca contó la historia a sus jefes, porque lo habrían fusilado.

Charlie Brown pudo llevar su avión hasta Inglaterra. Y allí le prohibieron dar publicidad a un incidente que revelaba la humanidad de un enemigo que volaba con la esvástica nazi pintada en el timón de cola. Tardó mucho tiempo en hablar de ello, pero al fin empezó a investigar. Habrían de pasar 40 años hasta que Brown diese con el hombre que salvó su vida y la de sus compañeros. Tras muchas pesquisas, recibió al fin una carta desde Canadá con un breve texto:«Yo era él». Se encontraron, fueron amigos el resto de su vida y murieron ancianos, como si el Destino los tuviera vinculados desde aquel día lejano, en 2008, con sólo unos meses de diferencia. En ambas esquelas mortuorias, Stigler y Brown fueron mencionados como «hermano especial» del otro.

http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/921/una-historia-de-hombres-decentes/ 




viernes, 16 de mayo de 2014

Alien, Ripley y yo




El estreno de Alien en Montevideo el 25 de mayo de 1979 pasó sin pena ni gloria por casa. Eran otras las prioridades. Tati ya golpeaba la puerta y en días comenzaría la carrera de padre.
De todas maneras los ecos de la película llegaban por todas partes, integrándose rápidamente a la argamasa que moldeó el último cuarto del siglo XX.

Pasaron los años y yo seguía sin verla. En el Penal de Libertad sólo proyectaban películas de Porcel y Olmedo o añejas de John Wayne.

Llegó la democracia y el turbión de acontecimientos nos arrastró. Entre las nuevas tareas que surgieron estaban las vinculadas a cuidar por la noche el local central de la UJC, en Acevedo Díaz y Canelones. Había riesgos de atentados en la recién renacida democracia. Una noche cada tanto tocaba y, con un grupo de compañeros nos turnábamos para tomar el fresco en el balcón del primer piso.

Entre las tareas estaba hacer la cena, casi siempre guiso de arroz. En alguna ocasión había sido damnificado por experimentos de cocineros improvisados así que una noche tomé el control de las hornallas. Quería asegurarme que iba a poder combatir el frío de la madrugada con la panza gratamente llena. 

Y allí, en una vieja televisión, mientras picaba cebolla y morrón por fin conocí, en el ambiente claustrofóbico de la Nostromo a la Teniente Ripley y a Alien, el pasajero de la baba ácida.
De todos yo era el único que no la había visto y no concitaba mucha atención. Pero yo sí estaba interesado y pude ver -sin preparación previa- nacer a Alien rompiendo el pecho y la camiseta blanca de uno de los tripulantes.

En ese momento no podía saber que tanto Alien como la teniente Ripley se transformarían en verdaderos íconos.  

Hace poco, casi treinta años después Sigourney Weaver dijo a EFE- "Siento que la saga aún no ha acabado para mí". "Ripley está viva y a salvo, espero que no acabe perdida en el espacio para siempre".


Alien, el octavo pasajero, se quedó huérfano



Hans Ruedi Giger fue un artista gráfico y escultor suizo conocido por sus trabajos en el mundo del cine, especialmente por dar forma a Alien, criatura que enamoró y llenó de pánico a toda una generación. Ha muerto a sus 74 años de edad, dejando atrás decenas de películas famosas y escenas inolvidables (Alien, Alien 3, Poltergeist 2, Prometheus, etc.).

Contribuyó en lo suyo a dar forma al siglo XX que nos tocó vivir.




BB cumplió 7 y tuvo muchos festejos!


 Pan de bono tempranito


 En la escuela
En el karate
  En casa

Alrededor de la piscina

lunes, 12 de mayo de 2014

Mamá recuerda a su mamá en el Día de la Madre. Y descubrimos algunas cosas sobre la calle Guaviyú





Ayer, mientras almorzábamos en casa de Adriana celebrando el Día de la Madre mamá hizo un comentario con consecuencias. 
Hasta los cuatro años -mientras sus padres vivieron- habitó con ellos frente a la casa donde vive ahora, Guaviyú 3128. En esta vivía su abuela materna. A veces su papá se iba a conversar allí. Cuando sucedía a mediodía era habitual que su mamá la mandara a la casa de enfrente: "Andá a buscar a papá que está lista la comida". 

Sucedía que en esa época, a principios de 1930 Guaviyú estaba cerrada por un campo con higueras, al fondo de un "conventillo" que daba sobre la calle Lorenzo Fernández. Por eso no había peligro para que un niño tan chico cruzara la calle, no había tránsito. A pesar de contar entonces sólo con tres o cuatro años a mamá le quedó fuertemente grabado el pedido de su madre, el cruce de la calle, el diálogo con su padre...

En esos momentos la calle era de tierra y, para llegar a Lorenzo Fernández por Bella Vista (ahora Antonio Machado) había que subir una lomita en la que se había dibujado un camino. En la conversación posterior terminamos concluyendo que cuando se iniciaron las obras de saneamiento y se hizo la calle de hormigón (yo tendría unos tres años) se demolió el conventillo y la calle quedó como la conocemos ahora.

Ya con la tarta de frutillas surgió que no conocíamos el significado de la palabra "Guaviyú". Google mediante conocímos al árbol indígena, de frutos azules, que da nombre a la calle. Hoy es una rareza al sur del Río Negro, aparentemente diezmado por el uso de su leña y por la preferencia hacia las variedades importadas. 
Ni la vegetación indígena se ha salvado de la colonización cultural... Aparentemente se está intentando revertir desde organismos de Gobierno, promoviendo su plantación.






 Dos ejemplares de Guaviyú en El Entrevero


Frutos de Guaviyú







jueves, 1 de mayo de 2014

Y seguro Coco va a volver en los jazmínes de cada verano...





Coco ahora va a vivir en las hojas de lechuga, en las cáscaras de manzana, en los gorros de lana...


Vivió diez años con nosotros, duplicando la vida de cualquier cuis convencional, sobrevivió a la carencia de vitaminas y a dos operaciones, un auténtico "Highlander"! 
Hasta siempre Coco! Te extrañaremos!

Dice Vicky: 

"Tenemos que estar contentas Ma por haberle dado lo mejor siempre. Por haber luchado para que sobreviva  más de una vez. Le dimos todo lo que podíamos darle y por sobre todo le dimos mucho amor. El debe estar feliz ahora en algún lado comiendo una rica lechuga y feliz y agradecido de que le haya tocado una familia tan linda y que tanto lo quería como la nuestra. "