viernes, 16 de mayo de 2014

Alien, Ripley y yo




El estreno de Alien en Montevideo el 25 de mayo de 1979 pasó sin pena ni gloria por casa. Eran otras las prioridades. Tati ya golpeaba la puerta y en días comenzaría la carrera de padre.
De todas maneras los ecos de la película llegaban por todas partes, integrándose rápidamente a la argamasa que moldeó el último cuarto del siglo XX.

Pasaron los años y yo seguía sin verla. En el Penal de Libertad sólo proyectaban películas de Porcel y Olmedo o añejas de John Wayne.

Llegó la democracia y el turbión de acontecimientos nos arrastró. Entre las nuevas tareas que surgieron estaban las vinculadas a cuidar por la noche el local central de la UJC, en Acevedo Díaz y Canelones. Había riesgos de atentados en la recién renacida democracia. Una noche cada tanto tocaba y, con un grupo de compañeros nos turnábamos para tomar el fresco en el balcón del primer piso.

Entre las tareas estaba hacer la cena, casi siempre guiso de arroz. En alguna ocasión había sido damnificado por experimentos de cocineros improvisados así que una noche tomé el control de las hornallas. Quería asegurarme que iba a poder combatir el frío de la madrugada con la panza gratamente llena. 

Y allí, en una vieja televisión, mientras picaba cebolla y morrón por fin conocí, en el ambiente claustrofóbico de la Nostromo a la Teniente Ripley y a Alien, el pasajero de la baba ácida.
De todos yo era el único que no la había visto y no concitaba mucha atención. Pero yo sí estaba interesado y pude ver -sin preparación previa- nacer a Alien rompiendo el pecho y la camiseta blanca de uno de los tripulantes.

En ese momento no podía saber que tanto Alien como la teniente Ripley se transformarían en verdaderos íconos.  

Hace poco, casi treinta años después Sigourney Weaver dijo a EFE- "Siento que la saga aún no ha acabado para mí". "Ripley está viva y a salvo, espero que no acabe perdida en el espacio para siempre".


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