La gorra de Rossanna
Muchas cosas de las que nos rodeamos son como ventanas. A momentos pasados que vuelven al presente cuando las miramos. Ayudan a “amueblar” la vida, a sostenerla. Sobre todo aquellas impregnadas de afectividad. Como la gorra que tejió Rossanna, por ejemplo. Para que defendiera mi cabeza pelada del frío de la cárcel. Qué me acompañó en las caminatas a la intemperie, en las visitas y en el frío de la celda. Más que gorra encarnaba el largo y poderoso brazo del afecto y la solidaridad…
El año próximo cumpliría cuarenta, pero en algún recoveco de esos años sufrió el embate de las polillas y hoy decidí desprenderme de ella. Ya no podía cumplir su función de gorra, y para lo demás, no necesitaba tenerla presente.
Gracias de nuevo Rossanna!
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