viernes, 4 de noviembre de 2011

Un pedacito de la vida de Macunaima


Cuando yo asistía a segundo año de liceo, una compañera comenzó los preparativos para celebrar su cumpleaños de 15.
Era entonces una época muy distinta ya que en el liceo convergían personas que provenían de la clase alta junto con los hijos de la clase media y de la clase trabajadora como yo. Esta niña vivía en una casa enorme con un parque al frente, con más de un auto y con un nivel de vida que superaba astronómicamente al de resto de sus compañeros de curso, entre los que me encontraba.
Sin embargo la mandaban con la suéter y la falda azul que usaban todas las chicas del liceo. En esa época, el uniforme era una manera de igualar y de no generar diferencias entre los estudiantes.
Ella era igual a todas las demás chicas de lunes a sábados, excepto por el hecho que siempre tenía, como en el tango, "muy bien provisto su monedero".
De su cumpleaños ya hablaba todo el liceo hacia semanas.
Los más allegados a ella deslizaban comentarios que les habían sido trasmitidos en exclusivas confidencias por la quinceañera.
La fiesta se haría en su enorme jardín, si el tiempo se asociaba al festejo, tocarían los Zafiros, una suerte de Beatles barriales, filmarían el cumpleaños y desde ya se adelantaba , para los varones, que sería imposible asistir de ningún otro modo que no fuera de traje.
La mayoría de los muchachos ya había empezado a comprarse el suyo con la debida antelación en las casas de ropa de hombre de la época.
Un día y otro en el patio del liceo se sucedían comentarios sobre colores y gustos de los que ya habían comprado el suyo. Cuando pregunté sobre lo que habían pagado por su traje a mis compañeros automáticamente perdí toda esperanza de asistir.
Por las cifras que hablaban, la compra de un traje era algo absolutamente imposible de solventar para mis padres.
Y desde ese momento comencé a hacerme a la idea de que no asistiría a esa fiesta destinada a ser el gran evento del año para la muchachada de mi liceo.
Mis hermanos más chicos me aguijoneaban preguntándome cómo haría para bailar el vals con la quinceañera si yo no sabía bailar.
Y no entendían nada cuando yo reaccionaba iracundo y los agarraba a patadas en el culo cuando se ponían muy insistentes con sus preguntas sobre el cumpleaños de mi compañera de clase.
En primer lugar porque no sabía nada sobre los detalles de la fiesta, y además porque como yo no tenía, ni tendría, traje, ya comenzaba a resignarme con no asistir a ese cumpleaños.
En tanto se acercaba la fecha del festejo, aumentaba mi desazón y mentalmente imaginaba las excusas que daría por mi inasistencia.
Hasta que un domingo mi madre anuncio en la mesa que mi padre me daría uno de sus dos trajes, y que ella misma me lo ajustaría.
Mi abuela paterna, que ya vivía con nosotros, agregó que en cuanto cobrara su pensión me regalaría una camisa de vestir y una corbata para lucir con ese traje.
Esa misma tarde mamá comenzó con la ardua tarea de ajustar el traje.
Me tomo las medidas y comenzó a marcar los ajustes con una tiza de sastre proporcionada por una hermana de mi padre que era modista.
Mi tía no participó directamente de la re hechura del traje, pero periódicamente hacia llegar sus comentarios.
Con el pantalón mi vieja no tuvo mayores problemas, pero con el saco fue un verdadero lío, porque mi madre era mamá y no sastre.
En esa época yo y mi hermano segundo repartíamos diarios con un tío muy querido.
El mejor trabajo que tuve nunca en la relación esfuerzo -beneficio.
Una tarde entrando al salón de clase escuché a la futura quinceañera hablando con una de sus amigas sobre a quienes había invitado de la clase.
Y luego preguntó específicamente por mí, "No, contesto la del cumpleaños, " si es el diariero del barrio".
No sé mucho de box, pero el comentario fue doloroso y demoledor como un directo a la mandíbula.
Los ojos se me llenaron de lagrimas, apreté los puños y un lazo corredizo me apretó la garganta.
Me quedé en el baño del liceo imaginando que me iba saltando un muro, que me quedaba allí hasta el final del turno. No sentía dolor por mí mismo, sino por mis padres que estaban convencidos de haber zanjado un asunto económicamente difícil de resolver para ellos.
El adscripto del liceo, cuyo nombre reservo, pero no mi gratitud eterna, me encontró en el baño y se sorprendió porque en general yo era lo que se considera un buen alumno. Aspiró el aire sospechando un cigarrillo furtivo y me preguntó qué estaba haciendo allí.
No ofrecí demasiada resistencia, quizás porque el era joven y comprensivo, y no sentíamos distancia alguna con respecto al adscripto.
Nos inspiraba confianza, así que no tuve problemas en contarle con franqueza lo que me había pasado.
Me llevo a la cantina, me invitó con una coca-cola y me dijo que lo importante no es donde uno está sino hacia dónde va.
Supongo que le hablé de mis proyectos, porque creo que por esa época comenzó a afirmarse en mi la idea de ser profesor de historia y seguramente también tuvo que ver con la reafirmación de mis sueños.
Me dio un abrazo como el que yo le he dado alguna vez a algún alumno, y me acompañó hasta la clase para excusarme con el profesor por la entrada tarde a clase.
Las siguientes semanas fueron duras para mi entre los comentarios previos a la fiesta, luego sobre ella y cuando apareció el álbum de fotos de la quinceañera.
Recuerdo que permanecía aparte o abstraído, mientras profesores y condiscípulos hablaban de lo que llamaron " El Cumpleaños de 15 del liceo".
En 2002, en plena crisis bancaria trabajé un tiempo en sociedad con un diseñador gráfico en Pocitos.
Un tiempo antes había hecho un ciclo en TV ciudad con el Ruso Rosencoff.
Una tarde fui a cobrar un cheque al banco de 21 y williman y había una larga cola porque el día anterior no había habido clearing.
Me tocó al final de ella, pero desde los primeros lugares una mujer rolliza con una chaqueta de napa roja, me saludó con la mano.
La reconocí casi enseguida, pero fingí no hacerlo.
Ella dejo su lugar en la cola y se vino al final. "Que haces? Cómo te va?".
"De dónde te conozco?" le pregunté.
Y ella comenzó a citar nombres y asuntos de la época liceal, sin decirme su nombre,
"Claro, como ahora sos un personaje famoso y salís en la tele, no te acordás de los viejos compañeros".
"En los años de la dictadura traté de borrar ciertos nombres de mi cabeza, le dije, "así que no te recuerdo".
"Cómo no" contesto ella" pero no te habrás olvidado de mi cumpleaños de 15 que fue famoso en el liceo".
Y luego enumero lo que había sido su cumpleaños, algunos de los asistentes que recordaba, profesores que habían ido al festejo.
Y sobre todo habló de los Zafiros, banda sobre la que mi hermano el poeta Macachin escribió una novela.
"No te acordás?, no te acordás ahora?" me dijo.
" No", le contesté, " no me acuerdo porque a ese cumpleaños no fui invitado porque yo era el diariero del barrio".
La señora se fue para el final de la cola dos o tres personas más detrás de mí.
Muchas de ellas que no sabían de la historia como se las he contado, sonreían.

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